El bienestar mental en tiempos de coronavirus es, al mismo tiempo, sumamente necesario y extremadamente desafiante. Muchas personas llevan su cuarentena en hacinamiento, con cargas de trabajo aumentadas y malestares emocionales causados por el aislamiento y el temor al contagio. Quienes están solos, se enfrentan a una soledad paralizante; quienes están con familia o parejas, se enfrentan a una convivencia forzada que se puede traducir en un estado perpetuo de estrés y violencia. Muchos se han contagiado, muchos han perdido familiares, los divorcios pululan. Todas las soluciones parecen paliativas.
La práctica de yoga, afirman diversos instructores, puede ayudar a desenterrar el bienestar que se perdió entre el miedo, la preocupación y el amontonamiento. Muchas de las clases virtuales de yoga y meditación que se ofrecen en redes sociales tienen por objetivo ”reducir los niveles de ansiedad”, “bajar el estrés”, “detener los pensamientos obsesivos” usando como herramientas pranayamas, asanas, mudras y pensamiento positivo. Dicen que una mente sana resulta en un cuerpo sano, pero la incertidumbre nos aplastó. La ansiedad y la depresión aparecen en personas que jamás las habían padecido, muchas personas con enfermedad mental (neurodivergentes), incluso los no diagnosticados, empeoran y se teme una epidemia paralela.
A muchos nos está sirviendo realizar una práctica de asanas o una meditación matutinas que nos predisponen a tener un buen día pero hay muchos neurodivergentes para quienes esto es todo un reto, que aún después de meditar, tienen un ataque de pánico, para quienes la quietud de las asanas dura solamente tres horas y su condición los orilla a consumir medicamentos. Las promesas de salud mental preceden a la pandemia y lo delicado de la cuarentena hace que sea momento de que nos preguntemos si, a gran escala, el ejercicio regular de una serie de yoga puede detener nuestros pensamientos obsesivos, una meditación puede deshacernos de la depresión o un mudra nos dará estabilidad mental.
La salud mental colectiva pende de un hilo. Esto nos sobrepasa y reconocer nuestra vulnerabilidad nos puede liberar de querer estar bien o pretender estarlo mientras el mundo se desmorona. Ante la situación, nos conviene fortalecer nuestras comunidades hablando sin tapujos de lo que nos duele, trabajar siempre en conjunto con profesionales de la salud mental — los únicos que pueden examinar, diagnosticar y tratar enfermedades mentales de forma adecuada— y, finalmente, desestigmatizar los síntomas de los padecimientos mentales que aquejan a un número de personas que no deja de crecer.
- Tania Campaña.
Imagen de LA Johnson
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