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Foto del escritorYoguinis en Revuelta

Cuando eres demasiado flexible para hacer yoga

Toda la vida supe que era más flexible que los demás. De niña jugaba a ponerme en padmasana (loto) y caminar con mis rodillas, como en El exorcista caminaba en dhanurasana (arco) y mi hermano y yo reíamos hasta las carcajadas. Sentada en sukhasana llevaba mi tronco hacia el frente hasta que mi pecho tocaba el piso, bajaba tanto, tanto, que me sentía completamente plana y fingía que me mezclaba con el piso y que nadie me podía ver.

Mis primeras clases de yoga parecían todo un reto por chatturanga dandasana, caía de panza al piso, pero no lo fueron por la flexibilidad, resalté de inmediato, recibí una atención particular en la que había mucho de morbo mezclado con admiración.


Durante las clases, mis contorsiones arrancaban miradas y felicitaciones. Mi maestra bromeaba con otros alumnos, no debían hacer “mirasana”, debían enfocarse en lo suyo pero mi espectáculo siempre causaba una que otra mirada aspiracional.

Apenada por la atención, intentaba aclarar que así era yo, que no me costaba tanto esfuerzo, de cualquier manera esto me hacía sentir especial. Todos me alentaban a seguir, a profundizar en mi práctica, no faltaron elogios ni ajustes para bajar más, subir más, rotar más.


Era comprometida y responsable. Prefería tomar mis clases a salir con amigos. Estaba por entrar al atemorizante mundo laboral y mis compañeras decían “eres muy flexible, deberías ser maestra”. Me certifiqué.


Me lo tomé muy en serio, siempre he sido obsesiva. Tomó poco menos de tres años. Estudiaba mucho, practicaba asanas y meditaba a diario. Quería saberlo todo sobre el yoga, hasta me aprendí el alfabeto sánscrito.

Comencé a dar clases y conforme mi práctica avanzaba, mi flexibilidad aumentaba. Mi cuerpo podía hacer cosas que jamás imaginé y me sentía conectadísima con mi cuerpo, sabía que lo estaba cuidando. Además, mis capacidades me daban caché como maestra. Me juré que mi práctica era para siempre.


Luego de dos años de dar clases y de cinco practicando, noté que mi cadera empezó a tronar al pasar de urdhva mukha svanasana (perro que mira hacia arriba) a adho mukha svanasana (perro que mira hacia abajo). Me pareció extraño. Dos semanas después, cuando tronaba, sentía un dolor agudo. Al mes, ya no podía caminar, el dolor era demasiado, no me dejaba dormir, ahora era agudo, grave, preciso y extendido. Le siguió la espalda baja, las muñecas, el cuello, los dedos. Daba clases con lágrimas en los ojos, lloraba de frustración después de cada sesión.


Fui de doctor en doctor sin que ninguno sospechara del yoga y claro, cómo sospecharían cuando no saben lo que realmente sucede en una clase, los ajuste, las posturas demandantes, la flexibilidad extremas. Después de muchas citas, radiografías y opiniones contradictorias, recibí mi diagnóstico: Síndrome de Ehlers Danlos.


Se trata de una alteración del tejido conectivo que desestabiliza las articulaciones, debilita ligamentos e impide el desarrollo normal del tejido muscular, entre muchas otras cosas. Mis articulaciones ya no me sostenían, el yoga había extendido mis ligamentos y debilitado aún más mis músculos. Ya no podía seguir practicando.

Dejé de dar clases y en poco tiempo el dolor desapareció.


¿Cuántos padecimientos se vuelven aún más riesgosos al practicar yoga? ¿Cuántas personas pasan por algo similar? ¿Hay algo que los instructores estén haciendo para evitar esto?


- Tania Campaña


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