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  • Foto del escritorYoguinis en Revuelta

¿Las asociaciones de yoga certifican el abuso y la mala praxis?


Pese a la desaceleración evidente causada por la pandemia, que implicó que cientos de estudios cerraran en todo el mundo, las certificaciones de yoga no se detuvieron y la cantidad de profesores y profesoras recién “titulados” aumenta día con día. La realidad laboral que enfrentarán estos nuevos maestros y maestras es la misma que han padecido por años quienes se han dedicado profesionalmente a impartir clases: no hay seguro ni garantía de mantener tu clase, retiro, ahorro, vacaciones o prestaciones, licencias maternales o paternales. Pero ahora se le suma un nuevo reto: no hay dónde trabajar y cada uno se debe rascar con sus propias uñas.


Las certificaciones continuaron durante la pandemia porque sobrevivir a costa de ellas es el único modelo de negocios que sostiene a las escuelas de yoga dado que los alumnos están dispuestos a pagar un precio elevado, muchas veces de contado, ante la promesa de la profesionalización.


No obstante, las dificultosas condiciones laborales para los profesores existían desde antes de la pandemia. Muchos maestros y maestras de yoga viven al día o endeudados y las escuelas de yoga llevan décadas sin regulación. No ha existido razón ética ni legal que las haya empujado a mejorar. Como no concebimos al shala como un negocio, no sabemos qué hacer cuando pagamos un entrenamiento y no recibimos lo prometido tampoco sabemos qué hacer cuando somos víctimas de mala praxis o de acoso o abuso sexual, psicológico o laboral. ¿A dónde acudir para obtener ayuda cuando nos vemos envueltas en prácticas sectarias? Algo en lo que los shalas de yoga se especializan (Ver https://yoguinisenrevuelta.wixsite.com/website/post/el-yoga-es-una-secta)


Quizás estas situaciones se les antojen improbables o hasta imposibles en una práctica de amor, compasión, bienestar y buena onda, pero estos casos se dan al por mayor. Por el momento, hablaremos del caso de dos de nuestras seguidoras quienes nos escribieron y compartieron su experiencia


Ellas trabajaron impartiendo clases de yoga durante un año en una escuela de la colonia Narvarte, una colonia de clase media en la Ciudad de México. Cuando les ofrecieron el empleo, no hubo claridad, pues al ser recién egresadas de la certificación que la misma escuela brindaba, “les dieron la oportunidad” de ser profesoras con un sueldo por debajo de la media. Esto las ponía en un limbo entre ser estudiantes y profesoras dentro de la escuela. Por supuesto que no hubo un contrato de por medio, sin embargo, les pidieron, como requisito, estar registradas ante el SAT (Hacienda), lo cual involucra pagar impuestos sobre un ingreso mínimo que hace que las pérdidas sean más grandes que las ganancias. Los pagos no se hacían con la frecuencia pertinente, pero ellas se mostraron comprensivas ante esto. Ellas aceptaron porque sentían afecto por sus maestros, la práctica y su shala.


Tomemos una pausa para considerar el papel que tiene el dinero en las prácticas espirituales. Por un lado, el dinero es tabú; cuando se hacen tratos, su papel es periférico, lo importante es que vas a ser maestra, a dar un servicio, no cuánto vas a ganar. Por otro lado, convivimos con el discurso de que “el dinero es energía”, de manera que, si lo tienes, es tu responsabilidad, y si no, también. Ambas visiones estorban a la hora de hacer negocios, que es lo que sucede cuando se genera una relación laboral dentro de un shala.


Una vez dando clases les cambiaron su pago por “la oportunidad” de tomar otra certificación que supuestamente les iba a cambiar la vida y que, en palabras de una de ellas, resultó ser igual a la primera que ya habían tomado. Terminaron como “asistentes” de los maestros, llevando parte de la comida que se ofrecía o asesorando proyectos de los estudiantes. Tampoco hubo un acuerdo económico claro en esta propuesta.


Ellas continuaron unos meses en estas condiciones, pero la relación con sus jefes, que en principio fue muy amable, comenzó a tornarse hostil. A pesar de que ambas mantenían trabajos estables que fungían como su principal ingreso, se les exigía presentarse a juntas en horario laboral, trabajar en días de vacaciones y cubrir las múltiples clases de sus jefes mientras ellos tomaban descansos. Al final las dos fueron despedidas sin justificación, con 8 meses de pago pendientes que nunca fueron liquidados. Huelga decir que tampoco hubo finiquito ni algo que se le pareciera.


El despido no fue un golpe a su economía, dado que trabajar ahí no la había impulsado de ninguna manera, pero sí lo fue a su estado de ánimo. Sus superiores las habían usado durante 8 meses y después de generar una relación hostil que terminó por desgastarlas, las despidieron. Lo que sufrieron fue un abuso laboral. ¿Cómo se puede hacer responsable a una escuela de yoga ante una situación así?


Ellas quisieron llevarlo a instancias legales, recurriendo a la Secretaría del Trabajo, donde fueron desalentadas por no tener contrato y terminaron por desistir. Les pasó lo que pasa en México: se les dijo que era muy difícil una demanda así, que en el remoto caso de que ganaran, iban a ganar muy poco y a perder mucho tiempo. Ellas estaban drenadas emocionalmente, lidiando con el impacto del cambio de trato de sus empleadores y antes amigos.


Yoga Alliance International es una asociación de la India que da un sello que esta escuela de la Narvarte orgullosamente ostenta pero ellos ni se enteran, ni se quieren enterar, de lo que ocurre aquí. Y aunque lo hicieran, no pueden hacer absolutamente nada al respecto.

No existe tampoco el concepto de cédula o licencia de trabajo, por lo que contravenir los derechos laborales no significa mala praxis en términos legales y por lo tanto no se espera que les retiren su cédula o licencia de trabajo, tampoco están autorizados para extender ningún tipo de multa. De manera que no hubo mucho que hacer.


¿Cuántas historias como esta habrá en Latinoamérica y España?


Tenemos que aceptar que ser maestro de yoga es una profesión y como tal debe profesionalizarse. Esto significa crear organismos que tengan, por lo menos, una doble función. La primera sería exigir estándares para los maestros: generar formas confiables de evaluación y capacitación que sean frecuentes. La segunda sería que estos organismos estén facultados para exigir respeto a los derechos de profesores y alumnos.


Adicionalmente, debemos aceptar que la relación entre maestros y alumnos puede ser todo lo espiritual que se quiera, pero que es necesario tratarla como una relación de prestación de servicios si queremos que ambas partes puedan hacerse responsables de sus faltas en caso de ser necesario.


En la actualidad existen asociaciones, federaciones, institutos, alianzas etc., ninguna parece poder seguir el ritmo de los cambios que el mundo del yoga está experimentando, tampoco se ven con claridad compromisos reales hacia sus millones de afiliados.

En el caso de México, la organización más famosa es la International Yoga Alliance (distinta a la Yoga Alliance International que mencionamos arriba). A pesar de que sus oficinas físicas están en Estados Unidos, su nombre es muy sonado y ha adquirido muchísimo peso en la percepción de maestros y practicantes.

Hace casi un año lanzamos un artículo que contenía la pregunta que muchos llevábamos haciéndonos en silencio por largo tiempo: ¿Por qué seguimos pagando a la Yoga Alliance? ¿De qué sirve en realidad? (Ver https://yoguinisenrevuelta.wixsite.com/website/post/10-efectos-inesperados-de-practicar-yoga)


La discusión, ante la pregunta, se volvió acalorada. Las opiniones se dividieron mayormente entre quienes lo veían como algo innecesario, pues consideran que no se debe lucrar con el yoga, quienes no estaban tan de acuerdo, pero buscaban una manera de validar sus cursos y escuelas y, por último, quienes se presentaban como defensores acérrimos de la organización (los menos). Ellos, por cierto, nos criticaron duramente por no saber de lo que hablábamos y aprovecharon para aventar comerciales de sus trainings 100% validados por Yoga Alliance en nuestro timeline.


El caso de Yoga Alliance es muy interesante porque no certifica, no regula, no avala ni ha aceptado la regulación gubernamental de su país, pero todos hacemos como que sí. En este vídeo del 2016 (https://vimeo.com/106008070), postedo por ellos mismos, describen claramente cuáles son sus alcances. Dicen que lo único que garantizan es que las certificaciones tengan estándares educativos mínimos y que los maestros y maestras que las imparten están registrados con ellos. Un esquema económico truculentamente circular y extremadamente sospechoso pues no se encarga de comprobar continuamente el cumplimiento de estándares ni responde ante ninguna queja. Si bien, desde sus posibilidades, han hecho algunos cambios y mejoras para atender las problemáticas, que ya rebasan por mucho el planteamiento inicial, han lanzado apoyos, como la prórroga a la renovación de sus membresías y excepciones en cuanto a la educación online, no hay una intención real de regulación o supervisación. Para febrero de 2020, con el alza del #meetooyoga y las denuncias de abuso sexual, ahora obliga a sus clientes a firmar un compromiso ético.


Lo que más se le parece en México a estas asociaciones es el Instituto Mexicano del Yoga, que no es instituto sino una escuela conformada por los autoproclamados maestros “más destacados” del yoga mexicano y que está a cargo de un directorio de escuelas y maestros, que no certifican ellos, pero sí reúnen. Este catálogo parece una revista de sociales, en la que puedes aparecer pagando un anuncio. Inclusive puedes aparecer en la sección de certificaciones top si pagas el espacio correspondiente a dicha sección, es decir, todo se reduce a cuánto puedes pagar, no a la calidad o reputación de tu enseñanza o certificación. Los directores y directoras de este instituto cada año dirigen un evento que se lleva a cabo en un hotel de lujo, ahora auspiciados por una de las grandes farmacias de México. Lamentablemente la gente responde positivamente a la simulación de conocimiento cuando está envuelta en lujo, esta organización le ha puesto cara al yoga en México, una muy blanca, si se nos permite.


Ellos dictan quiénes son los mejores, privilegiando siempre a los mismos –recordemos aquí que la rotación de maestros no solo debería ser necesaria sino inevitable dada la inmensa cantidad de recién egresados que tenemos–, y formando así un coto de poder que no se interesa realmente en los sucesos, problemáticas y necesidades de las comunidades fuera de su círculo.


YA, el IMY e YAI reciben dinero por otorgar un sello, pero no garantizan, certifican, ni acreditan nada. A diferencia del que tienen las escuelas de yoga, este modelo de negocios parece ser bastante más funcional y tiene los rasgos del abuso capitalista más básico: que paguen los que menos tienen y que los que más tienen no se responsabilicen por absolutamente nada.


Esta discusión también se origina a partir de las personas que han recurrido a instancias deportivas. En México existen certificaciones avaladas por la CONADE, la Secretaría del Deporte en México, y, en España, el Ministerio del Deporte, que también está involucrándose. Varios se niegan a aceptar estas acreditaciones reclamando que el yoga no es un deporte. En el fondo de esta discusión está la propia definición del yoga.


En el 2015, un sonadísimo caso puso la discusión en la mesa en el norte global. Jen Scharf impartía una clase de yoga en la Universidad de Ottawa cuando fue acusada, entre otras cosas, de introducir aspectos religiosos a una universidad estatal. Ante ello, argumentó que el yoga no era religión y que lo que ella impartía bien podía llamarse minfuld stretching o estiramiento meditativo. (https://www.cbc.ca/news/canada/ottawa/university-ottawa-yoga-cultural-sensitivity-1.3330441)


Lo seguro es que la falta de regulación ha sido y es la base sobre la que se construye el abuso, entonces:


¿Practicamos sin sellos certificadores ni organismos reguladores porque esta práctica es espiritual? Entonces garanticemos comunitariamente que haya algún tipo de reacción, justicia restaurativa o apoyo a las víctimas de abusos.

¿Aceptamos que el yoga es un deporte y merece la atención de consejos y ministerios deportivos? Entonces, ciñámonos a exigencias estatales sobre un tema del se tendrá que generar mucho más conocimiento desde la perspectiva anatómica, somática y fisioterapéutica.


Como toda industria en algún momento, el yoga tuvo un boom y una expansión estratosférica en poco tiempo. Como las cosas no pueden estar en expansión por siempre, nos toca ver una evidente desaceleración y probablemente un próximo declive.

Lo que comenzó por allá en los noventas como un trabajo cool, que prometía sacarte de la vida miserable y alienada de oficinista y que además se mostraba como algo glamoroso, pero al mismo tiempo espiritual se debe replantear por completo por nuestro propio bien.

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