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Foto del escritorYoguinis en Revuelta

¿Cómo lidiamos con el dolor en yoga?



Tenemos una relación complicada con el dolor, convivimos con muchos discursos sobre este que se entrelazan y se confunden. Hablaré de dos.


Una idea del dolor que flota en los salones de yoga es que este anuncia daño y debemos evitarlo a toda costa. El dolor que viene cuando tocamos una olla caliente hace que quitemos la mano, no porque al mantenerla ahí nos dolerá más sino porque nuestros tejidos están sufriendo una lesión.


Escapamos rápidamente de la experiencia, no por el dolor mismo sino por las consecuencias de nuestra actividad.

Con esta misma lógica, muchos maestros llaman a escuchar a las señales de dolor del cuerpo para que al identificarlas salgamos de la postura. No estamos en yoga para sufrir, en muchos casos, es lo contrario, estamos en yoga buscando el balance y la salud. Lo mejor sería entonces evitar el dolor para no lesionarnos.


Ante esta idea del dolor, surge otra. Muchos otros maestros de yoga dicen que no, que no podemos huir de todo lo que nos duele. La analogía es frecuente y nos pega, si huimos del dolor que viene cuando hacemos parsvakonasana, también huiremos de las situaciones complicadas que se presentan en nuestra vida.


De esta forma, muchos practicantes nos quedamos en la postura pensando que estamos generando herramientas para lidiar con la próxima depresión, que si nos mantenemos, si respiramos, y aguantamos, seremos suficientemente asertivos para responder a nuestro jefe violento, a nuestro familiar intrusivo. El dolor deja de ser una experiencia física y se vuelve una emocional y moral. Ahora es una meta aguantar ese dolor porque nos probaremos a nosotros y nosotras mismas que podemos con la vida.


La primera idea, que evitemos el dolor para evitar daño, tiene sus problemas. El primero es que los tejidos no hablan tan claro como querríamos. Todos hemos padecido dolorsillos que como llegan se van y nunca nos explicamos de dónde vienen ni por qué y no hay mayor consecuencia. Por otro lado, muchos hemos hecho movimientos dañinos sin señal alguna de dolor. Nos enteramos del daño por alguna otra razón o nos enteramos del daño porque ya es demasiado y el dolor no llegó de forma paulatina, evitable, sino de golpe.


La situación es que no a todos les duelen las cosas de la misma forma, en la misma intensidad ni por las mismas razones. ¿Por qué? Todavía no sabemos del todo, pero es un hecho que el componente emocional tiene un papel fundamental. Eso nos lleva a los problemas de la segunda idea del dolor.


Ya dijimos que el dolor no es claro, es una experiencia física y preponderantemente emocional en sí misma, ¿qué pasa cuando los maestros anuncian un potencial beneficio emocional a partir de aguantar, aguantar y aguantar el dolor?


Claro, no lo dicen así, dicen que respires, que el paso del dolor está sanándote en todos tus cuerpos, físicos y sutiles. ¿De verdad estamos sanando? ¿Qué evidencia tenemos?

Muchos lo hemos vivido, respiramos y el dolor se va, ¿por qué? ¿qué hace que solo respirar haga que el dolor ceda? ¿Qué pasa cuando no cede? Si respiramos y el dolor no se va, ¿será porque lo estamos haciendo mal? Los maestros y maestras nos aseguran que la postura es segura. Pensamos que somos nosotros los culpables, incapaces de lidiar con nuestro propio dolor.


Todos tenemos una historia complicada con el dolor y es fundamental comenzar a entenderla porque muchas de las lesiones que ahora son una epidemia son evitables. Los maestros de yoga tenemos una responsabilidad con quienes lo padecen de forma crónica ¿cómo decirles a ellos y ellas que lo eviten porque hay un daño ocurriendo en su cuerpo?, ¿cómo decirles que ese dolor los hará mejores personas?


Al hacer yoga, es difícil identificar cada sensación y su significado en términos fisiológicos y emocionales. El magma somático, la masa de cosas que sentimos al practicar yoga es enorme y todo parece derretirse entre sí. Mientras más intensa sea la práctica, más homogéneo e indistinguible se sentirá ese magma. Se supone que nos entrenen para dilucidarlo, para escucharnos, para separar un poco el magma y entender qué es qué, pero las instrucciones y la educación que recibimos es prácticamente nula.


Algunos maestros comienzan a deconstruir posturas, a explicarlas en términos anatómicos antes de la clase, pero se ha vuelto claro que necesitamos mejor educación anatómica y claridad sobre el tipo de movimiento que estamos haciendo.


Otros maestros discuten ya entre ellos y con sus alumnos y alumnas las experiencias que vienen al ejecutarlas. Hemos descubierto que la retroalimentación es vital porque así obtenemos información de los otros y otras que nos ayudará a generar empatía y herramientas para lidiar con la diversidad.


Las clases comienzan a cambiar pero queda un camino largo e intrincado para atender adecuadamente este problema en el yoga. Entre todos, podemos generar propuestas, ¿ustedes cómo están cambiando sus clases?


-Tania Campaña

Imagen de Hongos bajo la masa, Puerquito De Guinea

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