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  • Foto del escritorYoguinis en Revuelta

¿El yoga es en verdad para todos?


Hace poco lanzamos una pregunta a nuestros lectores ¿La escena del yoga es clasista?

Recibimos diversas respuestas, y logramos notar cierta tendencia.

De manera contundente concluimos entre todos que el yoga NO es clasista, aunque, ciertamente, eso revive el problema de que ya no podemos definir bien a bien qué es el yoga, el “verdadero yoga” o los yogas.


Pero lo que claramente es muy clasista es la escena, y con ello nos referimos a la cultura que se ha construido alrededor de este concepto, desde las clases y retiros hasta la parafernalia que hemos de usar para ser reconocidos como verdaderos practicantes.


Con clasismo nos referimos a un tipo de discriminación basada en la desigualdad económica pero que en países como el nuestro siempre aparece asociado a otras características como la presentación personal, la lengua y el color de piel.

Para hablar de esto tenemos que hablar necesariamente del capitalismo tardío, del mercado.

El yoga como lo conocemos y practicamos hoy en día se ha convertido una industria multimillonaria, que a su vez encaja en otras enormes industrias, wellness, fitness, autoayuda, espiritualidad, las cuales poco o nada tienen que ver con los orígenes ascéticos, ritualísticos y meditativos pertenecientes al complicado sistema de creencias cuyo objetivo era la búsqueda de la liberación y que en algún momento se suponía constituían parte fundamental de esta filosofía.


Este yoga se ha globalizado, diversificado, mezclado y fundido alegremente con el mercado. Tanto que se podría decir que está a su servicio, como todos nosotros, pues sería ingenuo afirmar que cualquiera de nosotros existe fuera del sistema económico en el que nació o que no tenemos su ideología en mayor o menor medida


Basta ver la gran oferta de clases, talleres, retiros, certificaciones, productos que prometen ayudarnos a encontrar, descubrir, liberar una mejor versión de nosotros mismos, a nuestro yo verdadero, a nuestra esencia divina, a encontrar la dicha, la paz, la calma, a ser más productivos, más sanos, más espirituales, más bellos, más abundantes, siempre a un costo.


Gracias a este mercado, que todo devora, el yoga se ha convertido en una práctica aspiracional. Vemos a los practicantes andar con el mat más caro al hombro por las zonas más bonitas de la ciudad, con sus “yoga pants” de marca y malas de piedras preciosas. Este disfraz anuncia a los demás un estilo de vida que muchos no se pueden costear.


Añadamos que la cultura del yoga se nos vende voluptuosa a través del internet. En redes sociales encontraremos un sinnúmero de publicaciones mostrándonos a los yoguis modernos, esbeltos, en su mayoría blancos, de fenotipo europeo, haciendo posturas vistosas, vacacionando en lugares que nada tienen que ver con un ashram, hablándonos de conceptos complejos como el desapego, la espiritualidad y el empoderamiento, cosas que posiblemente jamás practicarán. Nos invitan a retiros, cursos, charlas o encuentros, que por sus altos costos están fuera del alcance de la mayoría. Son yoguis modernos con cero consciencia de clase y al parecer ajenos a una realidad social que afecta a todos de manera sistémica y compleja.

El yoga se nos vende ya no como una filosofía, sino como un lifestyle, uno que, para ser valioso está restringido para muchas personas. No cualquiera puede costearse las clases, diplomados, viajes, retiros que este estilo de vida requiere. No cualquiera tiene dos horas al día para hacer yoga chikitsa. Hay que recordar que la distribución del tiempo y específicamente la cantidad de tiempo libre que tienen las personas tiene una clara correlación con la clase social.


El lifestyle del yoga encaja a la perfección en las páginas de alguna revista de sociales en donde siempre vamos a ver las mismas caras, pues se desenvuelve un círculo muy pequeño, el cual se convierte en una cúpula de poder: serán ellos quienes podrán pagar los cursos con los grandes nombres, los que podrán viajar a la India para saberse más espirituales que los demás y en consecuencia serán ellos quienes se armen de mejores reputaciones y vendan los cursos más costosos para perpetuar el lifestyle.


Basta con decir que el evento anual más grande que se lleva a cabo en la ciudad de México (el cual es patrocinado por una poderosa cadena de farmacias) se desarrolla en un hotel de lujo y que los precios de las entradas son muy altos. Mientras el discurso que se difunde es que el yoga es para todos, claro, para todos los que puedan pagar.


Nos muestran un mundo que representa a muy pocos y la mayoría su audiencia por más que lo desee, por más que hagan posturas o usen aceites serán incapaces de mejorar sus condiciones de vida, como ellos lo sugieren en el colmo del hiperindividualismo. El INEGI, organismo encargado de la investigación estadística y poblacional en México, lo demostró en 2016 , en este país, la movilidad social es prácticamente inexistente.


En países como el nuestro, con aproximadamente 12 millones de mexicanos que viven en la pobreza, en donde el racismo está tan internalizado que se disfraza de clasismo, lo aspiracional se vuelve doloroso para aquellos que no pueden acceder al objeto del deseo. Hacer yoga se vuelve una clara marca de clase.


¿Cómo impacta esto en nuestra psique? ¿Cómo nos afecta este bombardeo de un tipo de cuerpo, un color de piel, un estilo de vida? Es un mundo en el cual al parecer nunca seremos suficientemente buenos, empoderados, abundantes, productivos, puros, blancos, para siempre persiguiendo ideales y estándares inalcanzables, para siempre aspirando.

¿Cómo seguir fielmente las ocho ramas en estas condiciones? ¿Dónde queda ahimsa si aceptamos que lo que tenemos lo tenemos a pesar de otros?


Muchos de los que contestaron a nuestra pregunta expresaron que las clases y cursos son muy caros. Paradójicamente, los profesores de yoga están en una situación muy precaria: clases mal pagadas, nula seguridad social, nulas prestaciones, formaciones inaccesibles en estas condiciones. Se dice que en un salón de yoga, la persona con menor estabilidad económica es el maestro. Esta es la realidad que se confronta en un salón de yoga: una maestra que apenas alcanza a pagar las cuentas con alumnos bien posicionados.


Como sociedad nos convendría mucho tener en claro el momento que estamos viviendo, en el cual las grandes historias se están destruyendo, los grandes mitos se diluyen, las grandes creencias, dejándonos a la deriva en muchos aspectos, muchos estamos necesitados de certidumbre, de una forma de entender el mundo. Esto nos vuelve proclives a adoptar cualquier filosofía o doctrina que nos prometa aclararnos la visión, darnos un piso estable.

Pero tenemos que estar muy atentos para darnos cuenta de que lo que estamos abrazando con gusto no son filosofías ni es bienestar, es el mercado mismo.

Es un problema amplio, pero conviene empezar a preguntarnos: ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo contrarrestar la marea capitalista que todo lo vuelve mercancía?

¿Cómo nos podemos ayudar entre nosotros para hacerlo?

Algunos recursos:

Color de piel y clasismo: https://colordepiel.colmex.mx/vida/


-Gina González, Tania Campaña

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