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  • Foto del escritorYoguinis en Revuelta

La Hiper-sexualización del Yoga.

El YOGA HÍPER SEXUALIZADO


Hablamos de híper sexualización cuando se busca llamar la atención resaltando los atributos sexuales de un individuo por encima de cualquier otra característica o cualidad. También se puede hablar de instrumentalizacion de la sexualidad y objetualizacion del cuerpo.

Esta es una condición que hemos presenciado en la transformación del yoga que practicamos actualmente o lo que M. Singleton (a quien ya hemos citado en varios artículos) define como Yoga Postural Moderno. Nos hemos vuelto testigos de cómo, de manera consciente o inconsciente, se está utilizando en un camino de doble vía, al sexo para vender al yoga y al yoga para vender al sexo, utilizando como pretexto (en el segundo caso) ciertas posturas explícitamente sexuales que se etiquetan como yoga, pero que te dirigen a sitios cuyo contenido se podría denominar como soft porn; y en el primer caso, fotografías de practicantes y profesores que recurren a hiper-sexualizar su imagen con el fin de conseguir más seguidores o alumnos para sus clases y talleres.

La aparición de las redes sociales en nuestro mundo vino a cambiar no solo la manera en la que nos relacionamos sino la manera en la que nos comunicamos y mostramos a los demás.

la inclusión del yoga en dichas redes ayudó a la expansión de la industria pero también trastocó su imagen.

La imagen del yogui ascético, renunciante, salvaje, santón, que buscaba en el yoga un camino a la liberación, está cada vez más borrosa en nuestro imaginario colectivo y se ha visto desplazada por el estereotipo de un mujer (también podría ser un hombre, pero la imagen arquetípica que remplaza al santón es una mujer) blanca, delgada, con ropa ajustada, posando no desde la búsqueda espiritual sino desde un evidente privilegio en una esfera social donde la realidad no les alcanza, que busca la mayoría de las veces exaltar cierta estética, casi siempre embebida en una burbuja social-espiritual.

No podemos negar que la mirada es históricamente la de la masculinidad hegemónica. En la cultura occidental es difícil encontrar muestras de una mujer deseante como las que hay de un hombre que desea e impone su deseo. Por lo tanto, es esperable que sean más comúnmente quienes se identifican como mujeres quienes asumen posturas sexualizantes.

Y pasa algo con las posturas de yoga, son estáticas, pasivas, dispuestas a recibir un ajuste o al menos impedidas de rechazarlo. La flexibilidad expresa disposición sexual en el mundo erótico, del porno y en el de la publicidad. ¿Por qué? Porque las posturas que se asumen haciendo uso de una extrema flexibilidad demuestran pasividad y vulnerabilidad. Es decir, una persona en yoganidrasana no puede defenderse de alguien que quiera agredir como ya lo demostró la repulsiva y condenable postura de Patthabi Jois.

Así, sexo y yoga van de la mano en las expresiones pornográficas que actualmente se consumen, unas menos problemáticas que otras.

Fuera del mundo pornográfico y publicitario, en un espacio espiritual, supondríamos que no se activan este significado, pues no necesariamente alguien que asume un posición exigente en términos de flexibilidad quiere expresar esta disposición sexual, tenemos al ballet, la gimnasia. Sin embargo, al yoga le ha convenido subrayarlo, usarlo para su beneficio y explotarlo.

Esta pasividad y la vulnerabilidad sexualizadas en el mundo del yoga causa preocupación en un estado de las cosas en el que el abuso sexual parece la norma más que la excepción.

Por otro lado, caemos en la trampa del mundo de consumo en que vivimos una postura, un asana (que por cierto significa sentado y no postura) se convierte fácilmente en una pose, en posar ante una cámara, ante la mirada y el reconocimiento del otro.

En la actualidad las poses de yoga viven un desmesurado romance con las redes sociales, en particular con Instagram. En redes sociales en muy poco tiempo hemos pasado de utilizar el texto a privilegiar la imagen y con ello la comunicación volvió a cambiar.

A causa de esto se desató una descarnada competencia por llamar la atención, ya sea para captar más seguidores, más clientes, mayor audiencia, o por la misma necesidad de atención. Los profesores de yoga de repente se vieron inmersos quizás sin darse cuenta, en las dinámicas propias de la economía de la atención. La lucha por ser notado se vuelve cada vez más descarnada, de repente tu ya no anuncias o vendes productos, el producto eres tú y se nota. Intenten poner en el buscador de Instagram hashtags como #yogalove #yogapants #flexible o inclusive algunos que nada que ver como #yogamexico #yogamex


El fenómeno comenzó hace tiempo pero con la llegada de la pandemia y la necesidad de acceder a plataformas online, este fenómeno sufrió una evidente aceleración. Y la necesidad por mostrarse, por ofertarse, aumentó.


Las redes sociales ya no son un lugar para socializar, se han convertido en un lugar para enganchar y vender, lo cual no estaría mal si no estuviéramos todos, absolutamente todos, atrapados en estas dinámicas. Hacer lo que sea con tal de no perder la atención, con tal de no pasar desapercibido en un mar enorme de ofertas.


Estas poses se volvieron cada vez más intrincadas y en muchos casos cada vez más sugestivas, usando cada vez menos ropa, poses cada vez más atrevidas: piernas abiertas, las manos amarradas tras la espalda, de nuevo demostrando pasividad, el pecho expuesto. Videos grabando desde ángulos que exaltan las zonas erógenas. Mucho se ha hablado ya de que estas imágenes van acompañadas de alguna frase espiritual o motivacional, lo cual es ridículo.

¿Qué iconografía se está develando?

¿Qué pasa cuando se utilizan estos recursos para promover una filosofía que engloba preceptos como: bramacharya, sattva o tapas?

Sobre todo cuando se supone que el yoga en un acto de conexión, que originalmente se hacía en la intimidad del hogar o aislados del mundo.

¿Cuáles son las narrativas que se alimentan?

¿Cuál es la ganancia ante la cosificación, quién se enriquece de esto?


No se trata de mojigatería. No estamos hablando de la expresión individual de la sexualidad, que es sana y necesaria y que cada uno define como mejor le parezca. Estamos hablando de la explotación de los cuerpos mayoritariamente femeninos en beneficio, primero, del enriquecimiento de algunos y después, de una narrativa que en la sociedad occidental está más que presente: que nuestro valor recae en nuestra propia sexualización.

Esta narrativa está presente en el gremio, estamos hablando de productos, consumo, mercado, sociedad, envoltorio espiritual y estrategia de ventas.

Es importante hablarlo en una época donde el feminismo ha hecho un gran esfuerzo por desestimar estos roles asociados a las mujeres, objetos sexuales, disponibles para el consumo. La conversación al respecto se encuentra ahora en su punto más álgido.

Ya sé que nos van a decir que el yoga viene de una cultura patriarcal, que qué bueno que las mujeres están ganando visibilidad y poder, pero nunca se ha ganado poder amarrándose uno mismo a las exigencias del mercado. La expresión libre de la sexualidad no está en el mercado, está en la interacción libre y cuidadosa, tierna y comprensiva entre individuos.

De hecho, es precisamente porque el yoga viene de una cultura patriarcal y porque en la actualidad las mujeres se enfrentan a una realidad terrible en India, donde sus vidas pueden valer lo mismo que la de un perro en China, es importante señalar esto.

Sé que suena horrible, pero si quieren una dosis de realidad, aviéntense este documental: The india's Daughter, o de menos Googléenlo para que conozcan el caso.


Ahora, ¿vale la pena entregarse a la demanda del consumidor y dejarnos consumir de esa manera?

¿Por qué en años recientes la cultura del yoga parece portar intrínsecamente una cultura de abuso y violación?

La intención de este artículo es que reflexionemos.

No tenemos respuestas en este momento para proponer una solución pero queremos ponerlo en la mesa y conversarlo

¿Qué piensan, qué proponen revoltosos y revoltosas?


Gina González - Tania Campaña.


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